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El descanso del herrero.

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Autor del artículo: V. Silván

“Aunque no sea nuestra, nadie la va a cuidar como la cuidamos nosotros”, asegura Manuel Sánchez, hijo del último guarda de la herrería de Compludo, que quiere seguir los pasos de sus antepasados y, como ellos, labrar su futuro con hierro y fuego. Una estirpe de herreros que surgió hace un siglo y que ahora parece llegar a su fin, con la incógnita sobre cuál será el futuro de esta fragua, que permanece cerrada desde hace año y medio debido a su deterioro y la necesidad urgente de restaurar su tejado.

La historia de la familia Sánchez vive unida a la de esta ferrería desde 1913, cuando su bisabuelo, Amadeo Sánchez, adquiría la propiedad de este edificio que llevaba unos 40 años cerrado para destinarlo a forja, poniendo de nuevo en movimiento su rueda de palas, sus aspas, su rodezno y su martillo pisón –también llamado mazo-. “Él fue el primero que se instaló aquí hace cien años, estaba todo caído cuando llegó y la reformó y reconstruyó”, explica Manuel hijo.
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Desde entonces, Amadeo trabajó incansablemente en su taller para sacar adelante a su familia y pidió un crédito a uno de los bancos de la plaza de la Encina de Ponferrada, el Banco Urquijo Vascongado, para realizar unos arreglos. Eran buenos tiempos para la fragua, tenía varios obreros y no se preocupaba de la contabilidad, solo de dar forma a cientos de rejas de arado romano, tan demandadas en ese Bierzo, todavía rural y agrícola de principios de siglo pasado.

“Sus obreros no fueron decentes con él, se puede decir que le robaban, y si había 500 rejas para vender al destino, por ejemplo, sólo llegaban 200 porque ellos en el camino ya habían vendido por su cuenta el resto”, lamenta Manuel hijo, que ha oído la historia de la herrería mil veces de boca de su padre, que también se llama Manuel Sánchez como él y su abuelo. Entonces llegaron los problemas económicos y, en 1933, el banco se quedó con el que era su medio de vida.

Amadeo pidió ayuda a unos familiares que tenía en Cataluña pero, en esos años convulsos de la República, el dinero nunca llegó y finalmente fueron dos vecinos de Compludo, Raimundo Álvarez Morán y José Redondo Morán, quienes levantaron el embargo que pesaba sobre las tres fincas que formaban la herrería  y que ascendía a 3.375 pesetas de la época. A estos dos propietarios se sumaría después Antonio López Boto –abuelo del periodista Alfonso Rojo-, al que cedieron la mitad de la propiedad.

Manuel es nombre de herrero
“Gracias a ellos, mi abuelo pudo seguir trabajando allí y después mi padre, nunca le echaron ni tuvo que pagar renta”, destaca Manuel padre, que recuerda que lo que si les llevaba a los dueños eran las nueces de un nogal que había al lado de la herrería. Así, Amadeo cedió después el testigo  de herrero a su hijo Manuel en 1943, que trabajó la forja con la misma pasión y entrega, orgulloso de tener una fragua “única” en España –descendiente de las primeras industrias metalúrgicas, cuyo origen podría coincidir con la fundación del Monasterio de Compludo por San Fructuoso en el siglo VII y que utiliza el sistema de aire de trompa catalana-.

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“La herrería para mi familia supone todo, nos criamos allí y vivimos de ella hasta prácticamente 1965, hasta ese momento había bastante trabajo que fue mermando por la emigración, los pueblos se vaciaron”, confiesa Manuel padre, que recuerda que antes había mucha demanda de rejas de arado romanas y podían vivir de su venta. “Todas las semanas se hacía un viaje a las ferreterías de Ponferrada en un ‘macho’ –mulo-, al que cargábamos hasta con 120 kilos de rejas y, después de venderlas, se iba a las chatarrerías y entonces se cargaba de hierro para volver”, explica.

Pero en esos años también los habitantes de los pueblos cercanos de la Abadía de Compludo acudían a las manos del señor Manuel para arreglar herramientas, sus azadas y rejas de arado. Un trabajo que no siempre se pagaba en dinero porque, aclara su hijo, estaban los "avenidos", a los que cobraba en especie y le entregaban, por ejemplo, cuatro cuartales de centeno y tenían opción a arreglar la herramienta todo el año. "Las últimas rejas de arado las vendió por 37 pesetas", recuerda con nostalgia.

La revolución del 68
Las cosas cambiaron con la declaración de la herrería como monumento nacional en 1968, que sirvió para acentuar su valor patrimonial y atractivo turístico, mientras el abuelo Manuel se convertía entonces también en guarda y protector de este recóndito rincón entre los ríos Miera y Meruelos. Hasta su herrería empezaron a acercarse visitantes y turistas, que quedaban asombrados al verle trabajar el hierro, incandescente al calor de la fragua, arrodillado con su boina junto al martillo pisón. Moldeaba el metal con la misma insistencia con la que reclamaba "machacantemente" la mejora de la carretera para facilitar el acceso a Compludo que, lamentablemente, él ya no vio concluida.

Llegó la enfermedad y él seguía trabajando incansablemente a pesar de los desmayos que le provocaba la diabetes y de los que alertaba su fiel perro Sultán. "No paraba y estaba siempre en la herrería, en los últimos tiempos ya no estaba bien y cuando estaba solo y le daban los mareos, era el perro el que subía al pueblo y avisaba con ladridos frente a la puerta de casa" explica su hijo, que cogió su testigo cuando el ya legendario herrero de Compludo falleció en 1978.

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Heredó su nombre y amor por esa profesión, continuando al frente de la fragua durante su época dorada hasta jubilarse el pasado mes de mayo "no sé si porque era la novedad, pero era raro el día que no se llenaba, yo llegaba a contabilizar entre dos mil y tres mil visitas todos los meses". "La vida mía era también la herrería, llegaba y encendía la lumbre, la fragua, y pasaba todo el día porque había algo de expolio, al estar tan alejada del pueblo necesita constantemente vigilancia, y hacía todo el mantenimiento, desbrozaba con una guadaña, limpiaba el depósito o lo que hiciera falta", confiesa.

La Diputación de León hizo un lavado de cara de la herrería en 1988, invirtiendo seis millones de pesetas -36.000 euros- en su restauración y encargando al propio Manuel arreglar el mango del martillo porque estaba roto. "Se pudrió y se rompió porque lo normal cuando se trabajaba era cambiarlo cada tres o cuatro años", explicó el último guarda de la fragua, que reconoció orgulloso que él fue el que cortó, preparó y montó el trozo de madera de fresno que sigue sujetando el mazo hoy en día.  

Cuarta generación
Desde hace poco más de un mes Compludo ya no tiene guarda, ya no tiene herrero, aunque el inicio de su decadencia viene de tiempo atrás. Manuel se retiró en mayo pero ha estado mucho tiempo de baja por una enfermedad y, realmente, fue insustituible. Los vigilantes que enviaba la Junta no aguantaban mucho tiempo en ese destino, un lugar apartado y solitario, sin comodidades y con mucho frío en invierno."Hasta hace cinco años la herrería iba bien pero tuve una enfermedad y empezaron a meter sustitutos, a partir de ahí no ha levantado cabeza", lamenta.

A ese problema se sumó después el hundimiento del tejado, con dos vigas rotas, que obligó a cerrar las puertas de la herrería hace más de año y medio, traduciéndose también en el hundimiento de este tesoro industrial, al que poco a poco va invadiendo la maleza aunque, de momento, no el olvido. Todavía son muchos los turistas que se acercan a conocerlo cada fin de semana, empujados por los ecos de lo que un día fue, décadas atrás, cuando aún se oía en el valle el golpeteo continuo de su martillo contra el hierro. Son muchas las ganas de ver la herrería y mucha la decepción al sólo encontrar un cartel de "cerrado".

El hijo de Manuel quiere continuar con la tradición y sumar una cuarta generación en esa tradición familiar. Él quiere ser el cuarto herrero de Compludo y unir su nombre al de su bisabuelo, su abuelo y su padre y cuidar la fragua como lo han hecho ellos durante cien años. "Yo quiero seguir, no por dinero, sino por cariño y por anhelo de que Compludo vuelva a ser lo que era, tener esto conservado y pelear por lo mismo que luchó mi familia, mis antepasados",  asegura Manuel hijo.

Él sabe que la herrería tiene que tener alguien que la guarde porque está muy apartada y hay gente que "se cuela" por el hueco del rodezno y también alguien que sepa cuidarla y mantenerla, sobre todo ahora que está muy deteriorada por el cierre y llevar más de un año sin agua. "Hace falta una persona que sepa lo que hay aquí y de donde viene", explica, y que, como su padre, sepa "que se había salido un aspa por el ruido o porque una leva daba un golpe en falso". Y él se postula como el mejor candidato porque se crió entre sus paredes y porque sabe "poner un aspa, calzar un rodezno, limpiar el depósito del agua y toda una serie de cosas que no sabe hacer mucha gente",

Un futuro para la fragua
Y ahora llega el momento de decidir cuál será el futuro de la Herrería de Compludo y desde la Junta de Castilla y León, que ha invertido en los últimos años cerca de 30.000 euros en pequeñas obras, ya se han iniciado los contactos con los propietarios y con el Ayuntamiento de Ponferrada, con competencias en turismo, para determinar cuál es el modelo de gestión más adecuado. La idea del Gobierno autonómico es arreglar el tejado y restaurar el inmueble para después involucrar por primera vez a los seis herederos y a Ponferrada, como ya les ha trasladado en una reunión, que deberían llegar a un acuerdo de cesión o para la explotación hostelera de este rincón.

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Por su parte, la familia Sánchez cree que la única forma de recuperar la herrería es devolverla a la vida poniéndola de nuevo en marcha. "La cosa más bonita que hay aquí es ponérsela en marcha a la gente, que vean caer el agua en las aspas del rodezno, que vean cómo empieza a girar y los golpes con los que el martillo moldea el hierro, es absolutamente impresionante ", asegura Manuel hijo, que comparte la misma idea que su padre. "No queremos que solamente sea que venga alguien, abra y cierre y se acabó, la herrería debe volver a funcionar y hacer forja", añadió.

El herrero, como si de un guerrero se tratara, debe aprovechar este descanso al frente de la fragua para detenerse y reconocer su valía, retirarse de la lucha activa y reponer fuerzas para batallas futuras. Tal vez haya llegado el momento de reflexionar y pensar si la herrería necesita de nuevo un herrero, tal vez de apellido Sánchez, que la siga defendiendo de la maleza, de los ladrones, del olvido.

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