Artículo de Asier Zaldua para Noticias de Gipuzkoa
La papelera fue todo un símbolo de Legorreta. Para hacerse una idea del peso que esta empresa tenía en el pueblo, basta recordar que en 1958 Legorreta contaba con unos 1.300 habitantes y en la papelera trabajaban 223 personas. A partir de entonces el número de trabajadores fue bajando y en 2010 la empresa cesó su actividad. Hoy es una fábrica en ruinas. La arquitecta beasaindarra Irati Otamendi Irizar escogió esta fábrica para su proyecto de fin de carrera y ahora está preparando su tesis doctoral sobre el patrimonio arquitectónico industrial de la comarca del Oria. El jueves, a las 19.30 en el ayuntamiento de Legorreta, impartirá la conferencia La industrialización en Legorreta, más que papel.
Otamendi explica que su padre trabaja en el Ayuntamiento de Legorreta y fue el que le propuso hacer un trabajo sobre la papelera para el proyecto de fin de carrera. En aquella época se estaba estudiando la ampliación de Goierri Eskola y esta arquitecta propuso aprovechar la papelera.
Legorreta no había sido para ella más que un lugar de paso, pero desde entonces se ha convertido en su segundo pueblo. No en vano, el edificio de la papelera y su historia le cautivaron. La empresa la abrió el ezkiotarra Juan José Echezarreta, en 1902. Para antes de que estallara la guerra contaba ya con más de 100 trabajadores. Echezarreta murió en 1941 y el relevo lo cogieron sus yernos. Uno de ellos era navarro y trajo muchos trabajadores de Navarra. A partir de 1973 el número de empleados fue bajando y en 2004 pasó a manos de La Salvadora. Esta tentativa solo duró un año. En 2009 la papelera Amaroz se trasladó a Legorreta, pero en 2010 dejó de producir.
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ARQUITECTURA Pero a Otamendi, como arquitecta que es, lo que más le apasiona es el edificio en sí. “En los edificios de la empresa se puede ver la evolución de la fábrica desde 1902 hasta nuestros días. Además, Echezarreta construyó un barrio para los trabajadores. Este barrio ocupa una buena parte del casco urbano de Legorreta. Son casas construidas siguiendo el modelo Ciudad Jardín. Los empresarios daban mucha importancia a la arquitectura y la utilizaban con un objetivo concreto. En el caso de Legorreta, como en muchos otros, con las oficinas pretendían dar imagen de modernidad y las casas de los trabajadores son más clásicas”.
A Otamendi le da mucha pena ver en qué estado se encuentran las oficinas y los pabellones de la empresa. “Uno de los objetivos de la conferencia es concienciar a la gente acerca del valor de estos edificios. La parte que está junto al río es de la Diputación: el edificio de las oficinas está protegido, pero los pabellones serán derribados. La otra parte está en manos privadas. En relación con las oficinas, no hay prevista ninguna intervención. No sentimos ningún aprecio por nuestra arquitectura industrial. No hay más que ver lo que está pasando con la empresa Olaran de Beasain. Es una guerra perdida”.
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