Artículo de Patricia Peiró en El País
La vida en el pequeño municipio de Aliaga (Teruel) entrañaba vagonetas llenas de carbón, plazas ennegrecidas por hollín y un humo denso visible desde varios kilómetros a la redonda. La prosperidad de este enclave dependía de las bocanadas de un gigante de hierro y ladrillo que fue la primera fábrica de electricidad a partir del carbón en España, y durante años el complejo energético más grande del país. Consumió durante tres décadas el carbón de las minas turolenses hasta que en 1982 se decretó que su misión era lo suficientemente poco rentable como para cerrarla.
La central multiplicó una población de unos pocos centenares de habitantes hasta los 2.000. Alrededor del viejo casco de Aliaga brotaron dos barrios nuevos para alojar a los trabajadores, un cine, un economato, una fonda para los solteros y unas escuelas. El pueblo se disponía a vivir sus años de bonanza. En la sala de calderas de la mole vivían cinco monstruos con las entrañas ardiendo a temperaturas elevadísimas que se llevaron la vida de algún operario mientras limpiaba los restos de ceniza. La caldera más imponente medía como un edificio de siete plantas y quemaba ella sola lo mismo que las otras cuatro.
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El alcalde actual Sergio Uche, del PAR, vio el complejo en plena actividad y participó en su desmantelamiento. Uche, hijo del pueblo, terminó así el ciclo que había empezado su abuelo, quien trabajó de encargado en la construcción de la central. Los edificios aledaños albergaban el taller y el almacén, y en lo alto del cerro se alzaban los tres chalés para los directivos de la central. “Duraron poco, porque las casas se les llenaban de hollín”, apunta Uche.
Las veteranas manos de Ricardo Zaera —Tío Ricardo, le llaman en el pueblo—, que hoy empuñan un bastón, tienen una larga historia en común con el carbón. Primero trabajó en las minas y después en la central, es el exempleado de más edad del pueblo. Tiene 90 años. “Durante el horario de noche, no podías evitar echarte alguna que otra cabezada y entonces venía el encargado, que era alemán y hablaba poco español, debía de ser un enchufado de vete a saber quién, y nos decía: ‘¡No os sentéis que os dormís!”. Recuerda que tras el cierre, la empresa —Eléctricas Reunidas de Zaragoza, que luego se integró en Endesa— les dio 250.000 pesetas a los trabajadores para su traslado a Zaragoza, donde la compañía les dio otros puestos.
Junto a Pedro Ariño, de 67 años, recuerda anécdotas de las jornadas laborales que solo ellos entienden. “El polvo, el polvo, me acuerdo del polvo. Teníamos un barreño en el que nos limpiábamos al acabar el turno, porque salías negro. Conseguimos que nos pusieran una ducha cuando estaban a punto de cerrar”, rememora Ariño.
En los montes que rodean el edificio se levantan unas torretas. Eran parte de la estructura del teleférico que transportaba las vagonetas de carbón desde las minas directamente hasta el complejo de Aliaga. La central empezó a necesitar tanto alimento que hicieron falta más suministros de otras partes de la comarca, pero ya no fue posible traer el carbón por el aire, hubo que hacerlo por carretera, algo que elevó los costes de producción y que sería una de las causas del fin del gigante de Aliaga. El suyo fue un apagón anunciado, la fecha de caducidad de estos complejos llega en torno a los 25 años de existencia.
En la penúltima planta se encuentra el cementerio de los papeles. Cientos de rollos descansan apilados en una habitación desvencijada, contienen las cifras de producción del complejo, números que tras la clausura de la central carecen de sentido.
La vida tal como vino se fue. Hoy en invierno habitan en Aliaga poco más de 350 personas que viven de espaldas a la central. La recuerdan con el pesar de que no se haya hecho nada con ella. El terreno y sus edificaciones pertenecen a unos empresarios turolenses que lo adquirieron hace unos años a bajo precio. Una empresa de cartonaje se interesó por las instalaciones, pero el proyecto no prosperó.
El gigante tendrá que esperar a que alguien venga a despertarlo. Por ahora deberá conformarse con usos bien diferentes para los que fue concebido. El año pasado fue escenario del rodaje de un corto que debía recrear Siberia. El embalse anexo al edificio principal, con el agua helada la mayor parte del invierno, ayudaba bastante a recrear las gélidas tierras rusas. Una escena de este filme fue la imagen promocional del Sónar de 2012.
Aunque los rastrojos hayan invadido todo el entorno y los cristales y restos de cemento cubran el suelo, los muros de la central térmica de Aliaga se levantan orgullosos en el valle, aguardando que alguien vuelva a llenarlos de vida. Aunque cada vez, la vida esté más difícil.