Artículo E. Gancedo para Diario de León.
Durante muchos siglos, las únicas industrias presentes en los pueblos leoneses fueron las fraguas y ferrerías y los molinos, esas fábricas de mayores o menores pretensiones cuya misión de convertir el cereal en harina y pienso, con ayuda de la fuerza del agua, era del todo imprescindible para la supervivencia de los vecinos. Por eso el viaje al molino era liturgia casi cotidiana, y aquel lugar, escenario forzoso de encuentros, debates, romances y todo tipo de mitología popular. En un lugar tan surcado por cauces y torrenteras como León, los molinos formaban parte indisoluble del paisaje, aunque su número total en el siglo de la Ilustración ha sorprendido incluso a un experto en la materia como Pablo Zapico, que en la Universidad de Valladolid acaba de defender —y de recibir la máxima calificación— su tesis sobre los molinos leoneses en el siglo XVIII. Una exhaustiva labor de rastreo y catalogación que ha arrojado la cifra de 4.497, «mucho mayor que en otras provincias del entorno, aunque resulta difícil decir exactamente en qué medida al no existir estudios comparables a éste», explicó Pablo Zapico, actualmente profesor en la Escuela de Ingeniería Industrial, Informática y Aeronautica de la ULE. Y cifra que, comparada con los alrededor de 700 que quedan, demuestra que la provincia ha perdido cerca de 3.800 en menos de tres siglos.
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Zapico, un apasionado de los molinos, dijo al Diario que su estudio comienza con el Catastro de Ensenada, «la primera fuente moderadamente fiable sobre la riqueza», y sigue con los diccionarios de Miñano y Madoz. El especialista, cuya tesis dirigió José Luis Alonso Ponga, alude a que la catalogación está hecha según ayuntamientos, localidades y comarcas, y que la bibliografía sobre el tema es escasa, exceptuando los destacados trabajos del también leonés Carlos Junquera. «La principal peculiaridad, sin duda, reside en el hecho de que la propiedad era comunal o compartida en muchos de ellos», asegura. «Hubo molinos de particulares, claro, pero una cantidad muy importante eran del común o de grupos de vecinos —amplía—. Además, la división de los turnos de funcionamiento por los denominados quiñones, veces, vices, veceras, días, medios días, horas, velías… resultó un modelo que funcionó muy bien durante un dilatado período de tiempo. Los derechos de molienda se ejercían por velía: ciertos días u horas según el número de propietarios. Y el derecho de uso se adquiría por compra o herencia».
En cuanto al estado actual de estos edificios en la provincia leonesa —la mayoría empleados para moler trigo y centeno, y una minoría para aceite de linaza, batanes y otros usos en el siglo XVIII, después también fueron serrerías, fábricas de luz...—, Pablo Zapico siente «mucha pena» ante el estado de ruina que sufren en grandísima medida.
«Son un testimonio de una época industrial que ya pasó, claro, pero no por ello deberíamos dejar que desaparecieran —reflexiona—. Dentro de equis años, a los que nos sucedan les parecerá lamentable haberlos perdido, pero nuestro problema es que tenemos más historia que dinero.... Si se salvan bien hecho está, lo que es utópico es pretender que se conserven tal cual, sin modificar nada, eso es inviable, pero con tal de que se conserven sí creo que pueden perder parte de su encanto original. Eso, o nada, que es peor».
Fuente de la noticia http://www.diariodeleon.es