Artículo de Josep Blanch para La Vanguardia
La chimenea lleva años apagada. En su día fue el pulmón industrial de Terrassa y ahora permanece destartalada en el corazón del municipio mientras a su alrededor se ha ido desarrollando la vida y el progreso. Construida a principios del siglo XX, la antigua fábrica de Vapor Ros es uno de los elementos icónicos de la ciudad de Terrassa, pero su futuro está lleno de interrogantes.
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El Ayuntamiento de Terrassa hace tiempo que mostró su interés por las antiguas instalaciones, situadas en pleno centro. Sus intentos por alcanzar algún acuerdo con el propietario nunca llegaron a buen puerto y la relación se deterioró gravemente en los últimos años por cuestiones fiscales. Sin embargo, la historia dio un giro de 360 grados el verano pasado cuando el último propietario –soltero y sin hijos– murió y dejó en herencia los terrenos a la Generalitat.
Eso sí, con una cláusula que prohíbe que el Ayuntamiento posea o utilice el Vapor durante 30 años. Con los 7.000 m2 de la antigua fábrica de Vapor Ros en manos de la administración catalana, Terrassa vio la oportunidad de obtenerlos en cesión o formando un patronato –driblando así la negativa testamental– y poder desarrollar al fin un proyecto de ciudad en este espacio emblemático.
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Para encontrar un uso ilusionante a la antigua fabrica textil, el pasado mes de abril el Ayuntamiento organizó unas jornadas de reflexión abiertas al público sobre posibles proyectos con la participación de arquitectos, urbanistas y vecinos de Terrassa. La jornada –que supervisaba la urbanista y exconcejal de Ciutat Vella Itziar González, fichada en 2014– permitió recoger algunas demanda colectivas para transformar este espacio, como la creación de un centro cívico, una biblioteca o incluso un espacio para los Minyons de Terrassa, que se han mostrado muy interesados en fijar aquí un local de ensayo estable.
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