Artículo de María José Guzmán para Diario de Sevilla.
En un lugar de Sevilla, un territorio anfibio a caballo entre el Guadalquivir y su vega y Sierra Morena, hay un pueblo que encierra cinco ciudades. La historia se remonta a hace 350 millones de años, al paleozoico, al carbonífero, cuando todavía los continentes no se habían separado y ese espacio era un gran bosque de helechos y araucarias de cuatro metros de alto. Y abre la puerta a un viaje en el tiempo por esa España, Andalucía y Sevilla hoy vaciada y desconocida que, a pesar de ello, existe.
La primera parada está en una ciudad fósil, del siglo VI a. de C., época turdetana-tartesia. Sobre ella se levantan las ruinas de una ciudad romana del siglo I d. de C.: Munigua, excavada por arqueólogos alemanes desde 1956 y que, aunque hoy se hace popular como parada en rutas de senderismo, es un gran misterio.
La segunda ciudad es Villaverde del Río, se asienta junto al Guadalquivir, hoy tiene 400 habitantes y data de la época andalusí, cuando era una alquería, una finca agraria que pasó a manos del Arzobispado, a la orden de Santiago, y en el siglo XVIII a la Casa de Alba. En época romana se llamó Villanueva del Camino y había una barcaza de cruzaba el río. Hay una tercera ciudad, Villanueva del Río y Minas, fundada entre 1850 y 1875 en torno a las Minas de la Reunión, el mayor núcleo que se mantiene hoy.
Pero aún quedan otras dos: El Carbonal, en él había un gran depósito de carbón en el siglo XIX y en 1941 el Instituto Nacional de Colonización decidió construir una fábrica de cemento para abastecer las obras de los nuevos poblados y los sistemas de canalización de riego, como el canal de los presos. Y la última es una ciudad maya perdida en el monte y cubierta de vegetación, fósil y desabitada que se llama Las Canteras y de allí salieron las calizas para la fábrica de cemento. Éstos dos últimos núcleos, como el de las minas, son pequeñas ciudades industriales, company towns que en su día tuvieron ermita, escuela, casa del director, espacios públicos...
Este viaje en el tiempo es fruto de la investigación del profesor Julián Sobrino, un estudioso del patrimonio industrial que él ha convertido en su especialidad y su gran pasión. Desde que visitó por primera vez Villanueva del Río y Minas a mediados de los 80 no ha dejado de pensar en fórmulas para restaurar un tesoro histórico y paisajístico que es un patrimonio material e inmaterial con la fuerza necesaria para revertir la agonía de un municipio que fue un pujante centro de producción industrial hasta principios de los 70.
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Por iniciativa de Sobrino, la Universidad de Sevilla y el Ayuntamiento de Villanueva del Río y Minas pusieron en marcha un Laboratorio de Investigación sobre Patrimonio Industrial hace ahora dos años. La intención inicial era conservar y difundir un patrimonio que es reutilizable y que se puede convertir con facilidad en foco de atracción para el municipio, declarado conjunto histórico en 2002. El laboratorio se ubica en el Pozo 5, el corazón de la antigua mina, que fue abierto entre 1893 y 1898 y contaba con una central eléctrica, cribas, lavaderos de carbón y cabria. Patrimonio que en parte está siendo rehabilitado por la Diputación de Sevilla. La chimenea que dibuja el perfil del pueblo data de 1920, cumple cien años que se quieren aprovechar para hacer divulgación.
El cierre de la mina de carbón supuso el certificado de defunción de un pueblo que durante un siglo tuvo como gran patrón la minería y que, tras morir su sueño, medio siglo después sigue perdido. Pasó de tener 18.000 habitantes a poco más de 4.000, el padrón actual, y su descapitalización fue infrenable. En plena Transición el pueblo perdió el capital humano necesario para asumir con solvencia la gestión del nuevo ayuntamiento democrático que, más por incapacidad que por voluntad política, trata de salir hoy de una situación que en cualquier empresa se calificaría de quiebra técnica.
No hay emprendimiento ni inversiones. Hoy la mayor empresa, con una veintena de trabajadores, es la residencia de ancianos. El resto son cinco o seis pymes prácticamente familiares.
Uno de los pocos vecinos que apostaron por el pueblo cuando pocos creían aún en él es Juan Francisco Ríos. Ni él ni su padre trabajaron en la mina, pero no por ello se siente menos minero. Se fue para estudiar pero nunca abandonó el pueblo. Junto con otros vecinos puso en marcha a principios de los 90 cuatro escuelas taller con la intención de salvar también a una población juvenil sumida en el abandono escolar y sin futuro. Ahí se formaron decenas de villarroteños, gentilicio minero, pero cuando los recursos se acabaron sólo Ríos decidió mantener una empresa que empezó siendo un vivero para convertirse en una empresa de jardinería, Turbepal.
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Un patrimonio minero-industrial muy singular
El complejo minero de Villanueva del Río está compuesto por un núcleo urbano de estilo historicista con rasgos regionalistas que abarca 108 hectáreas, más una zona de instalaciones minero-industriales y las escombreras. Según explica Julián Sobrino, experto en patrimonio industrial e impulsor de la iniciativa, el caso de Villanueva del Río y Minas se adapta perfectamente a las premisas del urbanismo industrial. Ello se debe a la amplitud de las instalaciones mineras y ferroviarias, a la variedad de sus tipologías residenciales y a la calidad arquitectónica y funcional de sus equipamientos publicos. Pero se diferencia de otros ejemplos por contar con una localización espacial irregular y descentralizada debido a sus procesos de crecimiento a saltos. Por sus valores paisajísticos, tecnológicos, históricos, arquitectónicos y sociales se trata de un sistema de patrimonio minero-industrial único en el conjunto español.
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