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Pontevedra, artículo "El año que encendimos la luz".

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Autora artículo: Susana Regueira- Faro de Vigo

En 1888 Pontevedra se convertía en una de las primeras ciudades españolas en contar con red eléctrica, adelantándose, por ejemplo, a Madrid. El avance, promovido por el empresario José Riestra, no estuvo exento de polémica: la instalación era cara y, a mayores de pagar el recibo mensual, cada abonado sufragaba las luminarias, cableado etc, así es que si los comerciantes saludaron la iniciativa, muy pocos particulares pudieron darse de alta. A mayores, se produjeron importantes apagones, así como sabotajes y los ruidos de la fábrica de la luz dieron lugar a críticas unánimes.

"Viene la nueva luz, á llenar un gran vacío en nuestros hogares, siendo llamada á sustituir principalmente el petróleo, eminentemente peligroso, molesto y aun caro, creyendo ocioso probar esto, puesta aparte de las molestias que ocasiona la limpieza y rotura de las lámparas, diariamente llegan á nuestros oídos, los ecos de las terribles desgracias, causadas por el uso de dicho aceite mineral". El administrador de la Sociedad del Alumbrado Eléctrico de Pontevedra, Aquilino Prieto, se dirigía así a los futuros usuarios de la red eléctrica en junio de 1888.

Apenas unos meses antes, en concreto el 16 de marzo de ese mismo año, se coloca el primer ladrillo para la chimenea de la "fábrica de la luz" en la plaza de A Verdura, un ingenio cuya puesta en marcha estuvo precedida de una campaña de divulgación en la prensa local sobre las cualidades de la luz eléctrica.

Y es que esta energía era en aquellas fechas una gran desconocida y de hecho Pontevedra se adelantó a ciudades como Madrid en la instalación de la red. Este carácter pionero fue posible gracias al empresario José Riestra, que había adquirido la patente y decidió aplicarla en la ciudad del Lérez.

La campaña publicitaria, auspiciada por la familia Riestra, insiste en ventajas comparativas con respecto a la iluminación mediante lámparas de petróleo: a la cabeza el hecho de evitar incendios, pero también que "deja de producir calor y de viciar el aire, no alterando los colores y siendo de muy fácil manejo, pues basta para encender la lámpara el sencillo movimiento de correr un botón".

Por aquel entonces se desconocía la posibilidad de que la electricidad pudiese provocar accidentes, así es que la Sociedad de Alumbrado Eléctrico también insiste en su carácter "inofensivo, no experimentará la menor sensación el que accidentalmente toque los dos conductores desnudos".

Oportunamente, califica de "secundaria" lo que denomina eufemísticamente "la cuestión económica", a fin de maquillar los elevadísimos precios de la instalación; la fábrica de electricidad se compromete a suministrar "la corriente necesaria para poner en actividad todas las lámparas del circuito, desde antes del crepúsculo hasta después del amanecer". Para ello se propone instalar a los clientes lámparas-tipo de 10 bujías, que reúnen, afirman "las suficientes condiciones de visibilidad y de intensidad", si bien también se ofertan faroles de 5, 16 y 20 bujías.

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Los precios son muy elevados para la época: por cada dos lámparas de 5 bujías 6 pesetas al mes; por cada lámpara de 10 cinco pesetas al mes: por lámpara de 16 ocho pesetas al mes y por una de 20 diez pesetas.

A mayores, cada cliente tendría que comprar las lámparas, abonando por cada una 6 pesetas, otro alto cobro si se tiene en cuenta que la duración de las mismas era "por término medio de 800 a 1.000 horas". Y para redondear el elevado precio, el abonado "queda al cargo de los aparatos de suspensión, portantes, globos, reflectores etc".

Los pagos no acababan ahí sino que "el coste de instalación de una lámpara o luz será de 20 pesetas, aumentándose 10 más por cada nueva luz".

Si se suman los costes, es fácil comprender por qué muy pocas familias de la ciudad pudieron acercarse al número 8 de la plaza de Méndez Núñez, en donde la empresa del alumbrado tenía su sede, para suscribir los abonos.

El 18 de abril se instala el primer circuito de prueba entre las calles San Sebastián, Comercio y "nueva de Riestra" y unos días después se extiende el cable por las calles Real y Don Gonzalo.

Tras una primera prueba el 26 de abril al día siguiente se ilumina la fachada de la fábrica de la luz y una semana después el ingeniero Alvargonzález (al que Riestra había comprado la patente y que fue contratado para supervisar la instalación en Pontevedra) recibe las felicitaciones por el éxito alcanzado "en las pruebas verificadas en las calles Don Gonzalo, Plaza Nueva y San Román".

La instalación de la red siguió a buen ritmo en las semanas siguientes y el 19 de junio, para una función de la compañía del actor Miguel Cepillo, se iluminará el Teatro del Liceo, que pasaría a contar con 54 lámpara en el escenario y 48 en el patio de butacas.

El historiador Enrique Acuña, que en 1988 comisarió la exposición organizada por el Concello y Unión Fenosa para conmemorar el centenario de la llegada de la luz eléctrica a Pontevedra, explica que "para el 1 de julio las principales calles de la ciudad gozan de iluminación y al día siguiente se coloca en el centro de A Ferrería una lámpara incandescente de 400 bujías, sin embargo los particulares se muestran retraídos a suscribirse".

Para entonces ya estaban en la fase final de pruebas los tres motores de la fábrica, bautizados con los nombres de Alvargonzález, Fernando Villamil y Bustamante, ingenios que no estarían exentos de polémica.

Y es que muy a pesar de la publicidad de la Sociedad del Alumbrado Eléctrico, la fábrica de la luz generaba numerosos escombros de carbón, el combustible que se empleaba para alimentar los motores. De hecho, ya a mediados de verano se producen numerosas críticas vecinales por esta contaminación.

Peor aún sería la polémica en el caso del sonido: los motores trabajan las 24 horas y su sonido se transmite a la práctica totalidad del centro histórico.

Las críticas llegan a tal punto que el maquinista de la fábrica de la luz, José Blanco, es cesado ante las unánimes peticiones para que se corrija el "ruido infernal que durante las noches producen las máquinas de alumbrado público".

El ingeniero Alvargonzález, recuerda Enrique Acuña, interviene directamente para llevar a cabo "importantes correcciones respeto al ruido de las máquinas", pero la polémica ya estaba en marcha y las interrupciones del suministro no harían sino avivarla.

La red cae frecuentemente, y a mayores los adolescentes habían aprendido que con solo lanzar un palo a los cables del tendido podían interrumpir el suministro, así es que las gamberradas no se hicieron esperar: a principios de agosto hubo un apagón general a causa de un supuesto sabotaje frente al Liceo Casino y el periódico "La Justicia" informa de que el incidente se debió "a la simple curiosidad de los jóvenes".

Con todo, el peor apagón se produciría el 6 de noviembre: toda Pontevedra queda a oscuras "excepto el barrio de Santa Clara", explica Enrique Acuña, y a partir de ese momento se hacen públicas en la prensa duras quejas hacia la empresa explotadora. El apagón se repetiría unos días después (el 11 de noviembre) y la empresa habla de "una mano oculta que intenta desacreditarla".

La presión es tanta que Alvargonzález y Riestra han de salir al paso de las críticas lanzadas contra la Sociedad de Alumbrado y la polémica se extiende a toda Galicia y durará varios días. 125 años después solo queda, modificado, el antiguo edificio de la fábrica de la luz: la maquinaria fue trasladada y las luminarias públicas retiradas, las últimas en los años sesenta. A cambio, la contaminación o los fallos a diario en la red pasaron a la historia. Se necesita tiempo para las grandes cosas.
Faro de Vigo

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