Fundación Fajalauza
La familia Morales, ante la necesidad de preservar y continuar con la tradición iniciada hace más de quinientos años por su antecesor Hernando de Morales en la fabricación de la loza popular granadina denominada «Fajalauza» (como comúnmente se le conoce desde la conquista cristiana de Granada), crea la Fundación Cerámica de Fajalauza Cecilio Morales (en adelante Fundación Fajalauza).
Imagen de la web de la fundación |
OBJETIVOS DE LA FUNDACIÓN
Proteger y conservar la tradición artística y artesanal de la cerámica de Fajalauza, transmitiendo dicha herencia a toda la ciudadanía como patrimonio cultural inmaterial y memoria colectiva. Para ello se desarrollarán las estrategias necesarias de afectividad y concienciación del valor cultural de esta cerámica en todos los granadinos, ampliando el sentimiento de identidad que representa. Investigar y establecer las características que la define, estableciendo su denominación de origen a partir de los criterios de calidad y de autenticidad de esta cerámica.
Creación y mantenimiento de un espacio específico y permanente en nuestra fábrica centenaria de la familia Morales que aúne actividades de producción, exhibición y formación, y que será considerado como «CENTRO DE INTERPRETACIÓN DE LA CERÁMICA DE FAJALAUZA: HISTORIA, ENTORNO Y VIGENCIA». Este sería el lugar donde, desde las edades más tempranas, se difundiría el conocimiento y contacto de todos los granadinos con su cerámica.
Más información sobre la fundación
Fajalauza, la cerámica granadina que no quiso entrar en los palacios.
Artículo de Javier Arroyo para El País.
Una familia de alfareros que sigue fabricando las piezas como eran hace cinco siglos impulsa una fundación para preservar un horno de hace 300 años.
Imagen de la noticia |
En 1517, los alfareros granadinos mantenían un pulso con la autoridad a cuenta de la carestía del agua, tasada con unos impuestos muy elevados. Un documento del momento narra el pleito y menciona a un tal Morales entre los involucrados. Apenas habían pasado 25 años desde la llegada de los Reyes Católicos a Granada y, más allá del problema gremial, la cerámica se encontraba en un momento de transformación: los artesanos expulsados del barrio de siempre, en el centro de la ciudad, se resituaban en uno nuevo, a las afueras; la cristiandad recién llegada permitía adoptar nuevos diseños y, también, derivado de lo mismo, las costumbres familiares cambiaban y con ello el uso de estas piezas. Aquellos cambios, tampoco descomunales, convirtieron la anterior cerámica morisca granadina en la nueva cerámica de Fajalauza. Una cerámica popular que no nació para palacios sino para viviendas corrientes, y que cinco siglos después se mantiene prácticamente igual que en su origen gracias a la transmisión de saberes dentro de las familias de los alfareros que la moldeaban.
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