Autor: Enrique Berzal en El Norte de Castilla
“La polémica sobre el mercado de Portugalete parece terminada. Ha prevalecido el criterio de los partidarios de la piqueta, y el viejo mercado será convertido en chatarra y escombros dentro de unos días”. La noticia, publicada en El Norte de Castilla el 1 de marzo de 1974, ratificaba la sentencia de muerte que desde tiempo atrás se cernía sobre el centenario mercado vallisoletano.
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Construido en 1881 bajo la alcaldía de Miguel Íscar, constituía uno de los símbolos más palpables de la nueva sociedad nacida al calor del desarrollo industrial que había propiciado, entre otros factores, la llegada del ferrocarril a mediados del XIX. Al igual que los mercados del Val y del Campillo de San Andrés, el del Portugalete fue construido para satisfacer las necesidades de una población vallisoletana en expansión y atender a las demandas de los propios comerciantes, precisados de alojamientos funcionales para sus negocios.
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No solo eso: desde el punto de vista artístico, este tipo de mercados sirviÓ también para traer a la ciudad las pautas de la arquitectura moderna que triunfaban en Europa, especialmente aquella que se refería al aprovechamiento funcional de los nuevos materiales bajo criterios artísticos refinados. Eran, en efecto, excelentes ejemplos de la arquitectura del hierro, donde las columnas de fundición se combinaban con cristales de colores, muy al gusto de lo que promovería la corriente modernista y conforme modelos parisienses.
Pero todo ello no parecía ser suficiente razón para quienes, a la altura de mediados de los 60, esgrimían la necesidad de poner punto final a una estructura que consideraban plagada de defectos y poco funcional para el comercio de entonces. En efecto, ya en 1967, el Ayuntamiento había resuelto proceder a derrumbar una edificación que, a su juicio, era «antihigiénica, antiestética y poco apropiada para la misión que cumplía».
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Pero no fue hasta mediados de 1973 cuando se adoptaron las medidas definitivas, y que generarían una importante polémica ciudadana, con El Norte de Castilla como portavoz destacado. De hecho, en el mes de septiembre se resolvió el concurso-subasta para adjudicar el derribo y aprovechamiento de los materiales del mercado a favor de doña Aurea Arroyo; pero como esta no presentó la documentación en plazo adecuado, la Corporación optó por la candidatura que había quedado en segundo lugar, la de Ángel Llorente de Blas, que ofrecía 582.602 pesetas.
Polémica y debate
Cuando el acuerdo se hizo público, estalló el debate. De inmediato, colectivos ciudadanos y acreditados profesionales salieron a la palestra periodística para protestar contra el derribo de un edificio de gran valor histórico y artístico.
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En el mes de octubre, por ejemplo, El Norte de Castilla publicaba amplios artículos firmados por los arquitectos Primitivo González, Enrique de Teresa y Diego González Lasala, que llamaban la atención sobre la necesidad de conservar la estructura: «En un momento en el que asistimos a la sistemática y progresiva destrucción del patrimonio cultural, no podemos dejar de manifestarnos en contra de la destrucción de una obra que refleja un determinado momento del desarrollo histórico y social de nuestra ciudad, poseyendo a la vez un singular valor arquitectónico».
De modo que, aunque el edificio ya no fuera funcional para desarrollar su cometido originario, los firmantes creían que debía «ser conservado y reutilizado como uno de los escasos símbolos, aún subsistentes, del desarrollo industrial y comercial de nuestra ciudad en la segunda mitad del siglo XIX»; para ello, proponían darle otros usos, bien culturales (centro de exposiciones, museo de arte contemporáneo, sala de conciertos), bien recreativos para los más pequeños.
También el Colegio de Arquitectos se sumó a la propuesta de conservación. Ante voces tan acreditadas, la Comisión Provincial del Patrimonio Histórico Artístico propuso al Consistorio aplazar el derribo hasta conocer la disposición de Bellas Artes de hacerse cargo del mismo.
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La salvación, creían algunos, parecía cercana. «Resulta que lo que en 1967 era considerado un armatoste a derribar, se valora hoy como una obra de arte», se quejaba un concejal. Pero fue un espejismo. En noviembre de 1973, el Ayuntamiento llevó a cabo gestiones con la Dirección Provincial de Bellas Artes para que corriera ella misma con la conservación del edificio o, en caso contrario, concediese cinco millones de pesetas al Consistorio para que éste realizara la tarea.
La respuesta, previsible, apenas tardó un mes en llegar: a mediados de diciembre de 1973, el delegado provincial de Bellas Artes informaba al alcalde, Antolín de Santiago-Juárez, que carecía de fondos suficientes y, lo más importante, que la Dirección General no veía inconveniente alguno en derribar el mercado. Era la puntilla.
Alumnos
Hubo, no obstante, esfuerzos de última hora para conservarlo, como la exposición organizada por la Escuela de Arquitectura en la Caja de Ahorros Popular entre el 26 y el 30 de diciembre de 1973, cuyo principal objetivo fue crear un clima ciudadano contrario a la destrucción, el extenso artículo publicado en El Norte de Castilla en enero de 1974 por el profesor A. Font Arellano, encargado de la Cátedra de Urbanismo de la Escuela de Arquitectura, y, más importante aún, el proyecto presentado por alumnos de tercer curso de Arquitectura, con alternativas para su conservación; entre ellas, destinarlo a plaza cubierta o trasladarlo a la Feria de Muestras para convertirlo en Pabellón de la Industria, habida cuenta de la necesidad del certamen en este sentido.
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Los alumnos, acompañados del director del proyecto, el profesor Del Fraile Galán, llegaron a entrevistarse con el alcalde, quien les informó de que su propuesta conllevaba un coste de ocho millones de pesetas, incapaz de ser asumido por las arcas municipales. Era la última oportunidad.
El 30 de abril de 1974, el Mercado del Portugalete cerró definitivamente sus puertas en espera del derribo. Los industriales que trabajaban en su interior se trasladaron a las nuevas galerías abiertas en la calle López Gómez y en La Rondilla. «El Portugalete se ha cerrado el mismo día en que se inauguraban unos grandes almacenes, unas horas después de que fuesen abiertas al público las puertas de una espectacular discoteca, en la víspera de la fecha en que inicien su andadura comercial –bajo el signo de un riguroso control de limpieza e higiene- las galerías de alimentación que sustituyen al mercado», informaba El Norte de Castilla.
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El derribo comenzó el 18 de marzo de 1974, cuando una excavadora entró en el edificio «con la ruidosa acción de su pala mecánica», y culminó, con retraso, el 9 de mayo de 1974. Y lo hizo de la peor forma posible: a las seis de la tarde de ese día, buena parte de la construcción cedió y provocó la muerte de uno de los operarios que participaban en las tareas, Dionisio del Pozo Sanz, de 38 años de edad