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Estaciones fantasma y arqueología política en el metro de Barcelona

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Artículo de Xavi Casinos en La Vanguardia

Dos milenios de historia miran a Barcelona. Buena parte de ella permanece en el subsuelo. Y es allí, concretamente en el túnel del metro bajo la Via Laietana, donde quien tiene oportunidad de visitarlo se encuentra con algunas sorpresas, en las que se entremezclan la historia del ferrocarril suburbano, estaciones fantasma, leyendas urbanas y hasta elementos de lo que se podría denominar arqueología política.

El citado túnel es el primero que se construyó en Barcelona pensado para el metro. Lo hizo el ayuntamiento a principios del siglo XX aprovechando la apertura de la Via Laietana, diseñada para conectar el Eixample con el puerto a través de la ciudad antigua. Pero el metro no circuló hasta diciembre de 1926. Fue un ramal de la línea, entonces privada, conocida como el Gran Metro, que comprendía el tramo entre Aragó i Jaume I. Dos años antes el Gran Metro ya había puesto en servicio el primer ramal, entre Lesseps y Catalunya, hecho del que el próximo diciembre se celebrará el 90 aniversario.

Una de las sorpresas, muy desconocida, casi un secreto, que uno encuentra en este túnel centenario se halla entre las estaciones de Jaume I y Urquinaona. Se trata de lo que se intuye fue un proyecto de andén y unas escaleras que ahora no conducen a ninguna parte. En un antiguo plano del proyecto del Gran Metro alguien lo marcó como una estación denominada Banc. El nombre se relaciona con que en la superficie se encuentra la actual sede de Catalunya Caixa, que antiguamente fue del Banco de España. Una historia narra que esta estación debía estar conectada directamente con la autoridad financiera para recibir la presunta valiosa carga de un metro del dinero que jamás circuló.

Una bonita historia, sí, pero tan solo una leyenda urbana. La estación nunca entró en servicio. De hecho, sus restos son más bien los de una protoestación, con lo que parece ser un andén de muy reducidas dimensiones. Àlex Reyes, un especialista en la historia del Gran Metro, sitúa su origen en la construcción del túnel. El ayuntamiento lo hizo bajo la Via Laietana preparado para que en un futuro circulara un tren eléctrico, pero entonces nadie tenía muy claro cómo debía ser la infraestructura y se limitaron a dejar la estructura de un futuro andén y un tramo de escaleras que jamás vio la superficie. De hecho, cuando los responsables del Gran Metro pusieron en marcha la línea tuvieron que ampliarlo y hacer el suelo más profundo, según señalan fuentes de Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB).

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La segunda sorpresa de este túnel del tiempo se halla en el sentido contrario, entre las estaciones de Jaume I y Barceloneta. Allí descansan en la oscuridad del túnel los restos de lo que hasta 1972 fue la estación de Correos. Los 42 años transcurridos desde su clausura no han logrado sin embargo borrar la actividad pasada de esta estación fantasma, en cuyas paredes parece haberse detenido realmente el tiempo. Allí sobreviven la publicidad de Muebles La Fábrica y Danone, entre otros. Y hasta los carteles electorales de Eduardo Tarragona en las elecciones municipales parciales de 1972, un simulacro de democracia organizado por el franquismo en sus últimos años.

Tarragona fue un empresario y político muy popular en Barcelona. Propietario de Muebles Tarragona, procurador en Cortes por el entonces llamado tercio familiar y concejal con los alcaldes Joaquim Viola y Enric Massó. Su hermana estaba casada con Viola. El matrimonio murió en 1978 víctima de un atentado terrorista de confusa autoría al explotar unas bombas que les habían adherido al pecho.

Populista y demagogo, la frase favorita de Tarragona era “Al pa, pa, i al vi, vi”, que aún puede leerse en los carteles electorales de la estación fantasma de Correos. En 1982 fue diputado por Alianza Popular. Falleció en 2007 a los 89 años. Tarragona fue sin duda un personaje singular, de esos que se dice que son genio y figura hasta en la sepultura. La prueba, la obstinada presencia de este empresario que algunos calificaban de rebelde en las abandonadas paredes del metro de Correos.


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