Autora del artículo en Lanza Digital: Noemí Velasco
En 1895 llegó a haber unos 4.500 habitantes, ahora solo viven 9
Escondida en la montañosa Sierra Madrona, entre extensos bosques de pinos y valles salpicados de encinas que en su sombra cobijan a jabalíes y venados, aparece tras un interminable camino de arena, baches y badenes y un enigmático túnel bajo la montaña de un kilómetro, de robustas paredes de piedra y una tremenda oscuridad, como muestra del esplendor minero de la comarca, de lo que significó el desarrollo tecnológico en una época en la que la explotación de plata, plomo o piramorfita inundaba de riqueza lo que tocaba, y como representación radical del deterioro vertiginoso que puede experimentar un paraje que sin duda todavía conserva su encanto, “su pureza”, “su conexión con el medio natural y “su frescura”, cuando desaparece la principal fuente de trabajo para la vida. Moteada por unas cuantas viviendas, muy manchegas, de cortinajes en las puertas abiertas, Minas del Horcajo sobrevive a duras penas y gracias al tesón de los nueve vecinos que quedan como testigo de la historia reciente de la zona entre ruinas de castilletes mineros, paredes destrozadas de viviendas obreras, tejados hundidos de edificios públicos y, ahora, verjas que cierran el paso de un entorno del que han disfrutado desde niños.
Con garrote en mano sentado a las puertas de su casa -el antiguo casino-, Antonio García, uno de los pocos vecinos que quedan en esta pedanía almodovareña, realiza un viaje al pasado, hacia su infancia, la de sus padres y sus abuelos. Nació en 1937 en Minas del Horcajo, hijo de padre carnicero y por lo tanto descendiente de uno de los pocos que matendrían su trabajo cuando comenzó el declive de la mina, que cerró la mayoría de los pozos en 1911, aunque hubo extracciones puntuales hasta los años setenta. Aunque enseña una fotografía de 1895, que muestra una localidad muy poblada que llegó a rondar los 4.500 habitantes en sus mejores momentos, Antonio cuenta que cuando nació “habría ya entre 400 y 500 habitantes”, como consecuencia de las sucesivas reducciones de personal en esta explotación minera que perteneció a la compañía de Peñarroya, y comenta que “la Guerra Civil terminó de asolar esta población” que entró en el siglo XXI con tan solo siete habitantes empadronados.
Trabajó de pastelero en Miguelturra y de operario en la planta de hormigón puesta en marcha durante la construcción de la vía del AVE a Sevilla en el año 92, pero Minas del Horcajo siempre formó parte de su vida y por eso volvió, a pesar de que la decadencia se adueñó del municipio a lo largo del siglo XX. Mientras que recuerda sus partidas al “mocho”, Antonio expresa que en su juventud “llegó a haber en la localidad cuatro salones de baile, llenos de ambiente en Carnavales”, también hubo un campo de fútbol y una plaza de toros -en la que toreó ‘El Gallo’-, de los que todavía hay muestras, con algún que otro muro destrozado en las cercanías de la vía de la alta velocidad, que tuvo pocos miramientos para arrasar con parte de los espacios públicos de Minas del Horcajo debido al abandono poblacional.
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A pocos metros de la casa de su hermano, también en la calle principal de Minas del Horcajo, vive Juan García García, con su mujer y su hijo, Juan Carlos García, el único joven activo de la pedanía junto a una mujer que hace unos años puso en marcha una casa rural. Juan nació en 1932 y aunque sobre todo dedicó su vida a la ganadería y a la carnicería, como su padre, cuenta que “entre 1949 y 1953” trabajó en los lavaderos de la mina con otras treinta personas aproximadamente, cuando, según añade, “los trabajos forestales de las fincas colindantes, otra de las grandes fuentes de trabajo de la zona, llegaron a tener unos trescientos trabajadores”. Situado frente a la iglesia, que luce con todo su interior invadido por las higueras y las zarzas, Juan dice que un día este pueblo, en el que ya solo viven jubilados y en el que no hay niños, aparte de los nietos que llenan de vida, ruido y alegría las calles y sobre todo caminos de Minas del Horcajo los fines de semana y el verano, “tuvo una escuela y también una gran parroquia con doce santos”, entre ellos, el patrón San Juan Bautista y, como no, la patrona de los mineros, Santa Bárbara, aunque quedará poco en unos años de ella si no se arregla.
El viaducto de piedra de Minas del Horcajo es una de las pocas edificaciones antiguas que sigue en pie y con aparente buen estado a unos pocos cientos de metros de la localidad, aunque forma parte de la larga lista de espacios y vias públicas que no pueden disfrutar los vecinos tras la compra de los terrenos por parte de la finca La Garganta y del cierre del paso abierto el verano pasado. Aunque reconoce que el mal estado de las barandillas del puente era peligroso, Juan Carlos García, que después de vivir en Puertollano volvió hace ya bastantes años a su pueblo natal, analiza la pérdida que ha supuesto este cierre para los vecinos de la localidad, habituados a disfrutar de las vistas que ofrece esta construcción de los años veinte, por la que pasaba ‘La Estrecha’, “ese tren lento de ruido ensordecedor que unía Minas del Horcajo con Puertollano y Pozoblanco”, todas ellas villas mineras.
El amor de esta familia, ‘Los Mangas’ por el apellido de su padre, a Minas del Horcajo ha sido fundamental para mantener y conservar este pueblo olvidado, en el que el agua o la luz no llegaron hasta finales de los sesenta, con un tremendo retraso, y que se ha visto ahogado por la presión ejercida por los propietarios de las grandes e importantes fincas cinegéticas colindantes. La falta de servicios esenciales como un centro médico, transporte público o unas vías de comunicación rápidas no han supuesto nigún impedimento para disfrutar de Minas del Horcajo, de su medio natural, a esta familia dispuesta a rememorar historias entre paseos con los muchos visitantes, que caen muchas veces por casualidad debido a la mala señalización que existe en torno a su localización, y que no cambiaría nada del mundo por la tranquilidad, el aire limpio y la belleza de la que goza este enclave único de la provincia. “Nunca nos iremos de aquí”.
Sofocados por las fincas cinegéticas, los vecinos mantienen un duelo constante
El control como propiedad de los terrenos colindantes y de las tierras vecinas a los accesos públicos, aparte de numerosas parcelas del propio municipio, por parte de la finca La Garganta -uno de los mayores latifundios de España-, que pertenece en la actualidad al duque de Westminster, sin duda ha sido clave para hacer sucumbir prácticamente al anonimato a la machacada por la marcha de las empresas mineras y sus trabajadores, Minas del Horcajo. El ganadero Juan Carlos García, uno de los pocos vecinos que bajan la media de años de los jubilados que predominan en la pedanía almodovareña, explica que “el encajonamiento de Minas del Horcajo, rodeada de terrenos de fincas y prácticamente aislada, se produjo en los años setenta, cuando los Ayuntamientos de Almodóvar del Campo y de Brazatortas llegaron a un convenio con La Garganta, por el que se canjeó gran parte de las hectáreas del municipio”.
Hay que tener en cuenta que durante el siglo XIX, los propietarios de las explotaciones mineras tenían tanto el control de los montes como de parte de los terrenos de la localidad, donde había viviendas que alojaban a los trabajadores; y con el cierre de las empresas, Juan Carlos García explica que “gran parte del pueblo pasó a pertenecer al propietario de La Garganta”, una finca de más de 15 mil hectáreas de extensión que en su día controló Duque de Baviera. El convenio de los Ayuntamientos de Almodóvar y Brazatortas con la finca vino a solucionar el problema de la sucesivas multas a los vecinos por la intromisión en terrenos privados, pero dejó relegado el municipio, según comenta este vecino, “a 286 hectáreas nada más”, por lo que perdió los terrenos de la antigua estación de ferrocarril, el viaducto de piedra o monumentos de la tradición popular.
Desde entonces la vida de los vecinos de Minas del Horcajo ha estado determinada por las decisiones unilaterales de los propietarios de la finca, que han cerrado a su conveniencia durante año el paso del túnel -uno de los dos accesos que conserva esta localidad que llegó a tener siete-, que han destruido edificios públicos de la antigua ciudad -entre ellos, la estación de El Horcajo- o que siguen sin ningún miramiento a cualquier senderista, ciclista o vehículo que circula por el camino público hacia Conquista, que une Ciudad Real con Andalucía y que atraviesa gran parte de la finca cinegética. La última mala noticia, explica Juan Carlos, “ha sido la consecución por parte de La Garganta mediante subasta del coto del municipio”, por lo que los vecinos tendrán que ver pasear a partir de ahora de forma continua a los guardas de la finca por las calles y caminos; de manera que no les queda otra que tener una buena relación de “vecindad” y puestos a sacar el lado positivo de las cosas, afirman que “por lo menos estaremos más seguros en caso de robo”.
Servicios públicos
A pesar de la mínima población que existe en Minas del Horcajo, la ausencia de servicios públicos esenciales, como la sanidad o el transporte público, y el mal acondicionamiento de la vía de acceso, siete kilómetros desde la carretera de Andalucía, produce indignación en unos vecinos que ya están acostumbrados a vivir bajo mínimos.
Tras destacar que los únicos servicios que llegan son la basura y correos, Juan Carlos Garcia afirma que “el Ayuntamiento arregla una vez al año la carretera de acceso”, aunque no cabe duda de su mal estado, que se suma a los grandes badenes que tiene, causa de que el transporte público no llegue a la pedanía. Los vecinos destacan que “el transporte es esencial si se tiene en cuenta que tenemos que acudir a Almodóvar del Campo, a 45 minutos en coche, para acceder a servicios como la sanidad”, ya que no hay consulta médica ni un día por semana.
Pero es que el abandono ha llegado hasta las cuestiones del clero, pues el párroco sólo visita la ermita de la pedanía -construida por los propios vecinos- una vez al año, en las fiestas de San Juan Bautista, que llegan a congregar “hasta 300 vecinos”. “Nosotros no pecamos”, afirma Antonio García.
Con farolas en una calle principal alquitranada para iluminar las puertas de las pocas casas -hay quince en total- que no están repartidas por el campo desde la celebración del cuarto Centenario del Quijote en 2005, los habitantes piden además la construcción de “un espacio público”. También, hacen referencia a las trabas que ha puesto la nueva consideración de “suelo rústico” de la zona para la construcción de nuevas viviendas en la localidad, pues la repoblación es la única garantía contra la absorción de todas las tierras por parte de los grandes terratenientes.