Artículo de Ana Gitero en Diario de León.
Corría 1912 cuando se hizo la luz en Fasgar. La luz que se fabrica con turbina. La luz eléctrica. Un grupo de vecinos formaron la cooperativa para instalar la turbina en el molino y se pusieron los primeros cables para iluminar el pueblo con el portentoso invento.
Un siglo después, la fábrica, que ha estado parada durante 40 años, vuelve a dar luz. Félix García Rubio, nieto de quien se hizo cargo de la fábrica en 1929, ha conseguido rescatar la concesión hidráulica, que estaba a punto de caducar, y todos los permisos para ‘fabricar’ energía con el agua y venderla.
«No ha sido fácil, todo han sido obstáculos, pero al final lo he conseguido», afirma. La fábrica no venderá la luz al pueblo como hizo su abuelo sino a una empresa intermediaria en el mercado eléctrico, que es como funcionan ahora las cosas. «Ninguna empresa eléctrica me la compraría directamente», apostilla.
García Rubio ha visto en esta ‘herencia’ una forma de complementar su sueldo como conductor en el servicio de extinción de incendios de la Junta, que le proporciona tan sólo cuatro meses de contrato al año. «Es una opción porque en el pueblo no hay mucho más», apunta. Ha invertido 35.000 euros en poner a punto las instalaciones, con todos los parabienes burocráticos y estima que le sacará un rendimiento de 7.000 euros al año como máximo.
Es el precio del mercado porque ahora no hay primas que estimulen esta producción. Rescatar la central no ha sido cuestión solamente de dinero y de papeleo, que ha sido mucho. Hay también una parte que tiene que ver con las vivencias personales y las raíces. «De siempre me gustó, la vi funcionar de pequeño. Después estuvo parada mucho tiempo y la fui desmontando poco a poco para que no se oxidara», explica.
La fábrica de luz, tal y como la conoció en su infancia y la ha heredado, no es exactamente la de 1912, que arrancó con una potencia de 6 kw, sino la que resultó de la reforma de 1958 fecha en la que fue ampliada a los 15 kw con los que arrancará en esta tercera etapa de su existencia. Ha reparado íntegramente la turbina, excepto la caracola y ha psado de un sistema manual a automático, lo que le permitirá manejar cómodamente su explotación.
Un autómata tiene grabado en su sistema el caudal de agua que tiene que entrar y el generador tiene un número de vueltas que es el óptimo para funcionar. El ordenador central mide la energía que entra en la línea. La energía sale en baja tensión y se entrega a la línea del pueblo, por lo que Fasgar será alumbrado de nuevo con sus propios.
Pero de una manera muy distinta a como fueron aquellos comienzos comunales. Ahora la energía pasará por otras dos manos: la empresaria intermediaria que se la comprará a Félix García Rubio y la empresa eléctrica que explota la línea. «En invierno, para los pocos habitantes que quedan a vivir en el pueblo hasta puede sobrar energía de la que se produce aquí para surtir al pueblo», agrega. La energía seguirá su viaje por la red.
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Hace un siglo, la fábrica de luz era el principio del progreso. Después llegaron pocos progresos más al pueblo. La carretera, los electrodomésticos a cuentagotas y alguna ordeñadora cuando la ganadería ya languidecía en Omaña. El agua estaba ahí desde siempre, en el arroyo Portilla, también llamado Urdiales.
A partir de entonces, del pequeño edificio situado frente al salto de 12 metros iba a salir harina y luz. El agua serviría para la doble función de mover el rodezno y para accionar la turbina que convertiría su fuerza en energía eléctrica.
Ahora no sería posible esta doble misión. «La Confederación Hidrográfica del Duero me obligó a condenar el molino», explica.
La luz eléctrica nacía en este valle de Omaña cuarenta años después de que empezara a funcionar en Northumberland (Gran Bretaña) la primera instalación que transformó en electricidad la energía del agua de un salto. En España hubo que esperar a 1901 para que arrancaran las dos primeras minicentrales hidroeléctricas: El Porvenir, en el río Duero en Zamora, y el Molino de San Carlos en el río Ebro, en Zaragoza.
En los años 20 se planteó el aprovechamiento integral de las cuencas hidrográficas para producir energía eléctrica de forma industrial, y lo que en principio fueron iniciativas comunales y de pequeños emprendedores se convirtió en negocio empresarial
En la década de 1950 la explotación de saltos alcanzó su mayor expansión. En la economía del autarquismo, a falta de otros recursos energéticos, el agua y los pantanos pusieron las bases del desarrollismo franquista.
Después la energía hidroeléctrica fue relegada por otras fuentes de producción energética como la térmica y la nuclear. Todavía hoy la carrera por la explotación del agua continúa. La potencia hidroeléctrica aumentó en España en 3.257 MW en el quinquenio 2005-2010 en centrales de 10 a 50 MW.
Una microcentral
En la provincia de León, en la actualidad hay un total de 33 proyectos de minicentrales hidroeléctricas (máximo 5 MW) en funcionamiento. En la primera, hay 13 saltos de estas características en explotación y en la segunda un total de 20. La central de Fasgar es mucho menos que una minicentral, «es una microcentral», matiza el joven emprendedor.
Las minicentrales de 5 MW son gigantes al lado de este pequeño ingenio: «Necesita un caudal de 151 litros/segundo para producir 15 kilovatios/hora y una de 5MW (5.000 kilovatis/hora) precisa un caudal de 15.000 litros por segundo.
«Esta fábrica no tiene impacto mediomabiental y es energía renovable», puntualiza. La mayoría de las pequeñas concesiones que había en la provincia de León de pequeños saltos de agua han ido caducando. La de Fasgar es posiblemente la central más pequeña de la provincia. Hay otro puñado explotado por particulares, pero con algo más de potencia. Dos de ellas en Vega de Caballeros y en Rioscuro.
El ingenio de Fasgar, una de las pequeñas y numerosas fábricas de luz que alumbraron la provincia con la llegada del siglo XX, suministró energía eléctrica a los pueblos de Fasgar, Vegapujín, Posada de Omaña, Torrecillo. Fue una delas tres fábricas de luz que hubo en el valle Gordo. Barrio de la Puente tenía su propia central, también en el molino y en Aguasmestas había otra fábrica que daba luz a Cirujales, Villaverde y Marzán.
En el municipio de Murias de Paredes, al que pertenecen estos pueblos, había al menos otras tres pequeñas centrales que aprovechaban un salto de agua para producir energía eléctrica y dar suministro a las primeras bombillas en las casas y en las calles.
La fábrica de luz de Fasgar fue adquirida por el abuelo de Félix García Rubio, aunque quien estuvo al frente de los mandos la mayor parte del tiempo fue su padre, Florentino García Alonso. La concesión se ha mantenido a nombre del abuelo hasta que con la reapertura de la cental ha sido traspasado el derecho al nieto.
La fábrica dejó de suministrar luz para la venta a la red eléctrica en 1974 y se mantuvo activa hasta 1983 para alumbrar la vivienda que se conserva encima de la instalación. Los elementos de la fábrica que han quedado en desuso los ha ido colocando su heredero cuidadosamente en una alacena de madera para conservarlos como recuerdo.
No ha sido una empresa fácil ni se va a hacer rico con la reapertura de la fábrica. Pero cumple la satisfacción de recuperar la tradición familiar y dar vida al edificio. Félix García Rubio resalta que se trata de un aprovechamiento «ecológico» y considera que es una «lástima» que se vayan perdiendo estas pequeñas explotaciones hidroeléctricas que no dañan a los ríos ni a su fauna en favor de proyectos más rentables para las grandes industrias eléctricas.
La producción industrial de energía eléctrica garantiza el suministro frente a los apagones que eran frecuentes en los pueblos cuando dependían de sus pequeños saltos y de unas infraestruturas de distribución muy precarias. Pero la desaparición de estas pequeñas centrales resta soberanía energética y sobre los propios recursos ya que son las grandes empresas las que organizan la explotación en función de criterios de rentabilidad.
Un estudio sobre energía hidroeléctrica del Ciemat subraya que el desarrollo de energías renovables beneficia la cohesión regional porque las nuevas instalaciones se sitúan en el medio rural. Pocas veces los pueblos y sus se benefician directamente de las minicentrales.
Las dificultades para transportar la energía eléctrica en los primeros momentos hizo que su producción se situara cerca de los centros de consumo. La tecnología desafió estos límites y los superó con creces. En 1891 la compañía alemana AEG puso en servicio la línea Lauffen-Frankfurt, 175 kilómetros, con lo que se probó la posibilidad de transportar energía eléctrica a gran distancia mediante transformadores.
El rescate de la central de Fasgar supone un aldabonazo de un modestísimo productor en la puerta de las grandes multinacionales. Y un pequeño grano de arena a la sostenibilidad del planeta. También el esfuerzo individual de un emprendedor que tenía que buscar alguna opción de vida a sus escasos ingresos como trabajador del servicio contra incendios. La central acaba de hacer las últimas pruebas y sólo falta firmar el contrato para empezar el ‘mininegocio’. Venderá la luz a 5 céntimos el kilovatio y la compañía la cobrará a 15 céntimos.