Autor: Victor Manuel Egia Astibia
Editado: Editorial Nabarralde, de Pamplona.
Año: 2014
RESUMEN DEL AUTOR
Cuando en 1888 el aezkoano Domingo Elizondo regresó de su aventura americana solo pensaba en su querido y añorado Irati. Los extensos páramos de la pampa argentina se parecían muy poco a las grandes extensiones boscosas de su valle natal. Los pequeños y recogidos pueblos de la Aezkoa, nada tenían que ver con la, ya entonces, gran urbe de Buenos Aires. En una ciudad repleta de emigrantes europeos en busca de una vida mejor, su gran capacidad de lucha y sacrificio le reportó en tan sólo dos décadas, una considerable fortuna. Pero, como decíamos, sus sueños estaban en el Irati y a su vuelta, lejos de pensar en una vida acomodada como tantos otros indianos enriquecidos, decidió invertir su dinero en el desarrollo y regeneración de aquello que más quería, de sus lugares de memoria. Inicialmente puso una pequeña serrería para fabricar aros de cedazo en Aribe, en donde había nacido en 1848. (Aunque en la actualidad cueste un poco imaginarlo, los cedazos, realizados en una sola pieza con una delgada lámina de madera de haya, eran entonces instrumentos básicos en cualquier actividad relacionada con la agricultura o ganadería y cada casa contaba con unos cuantos ejemplares de distintas anchuras de malla. Para cubrir estas necesidades se requerían escogidos ejemplares de haya, rectos y sin nudos y una gran habilidad por parte del artesano). Pero su gran sueño era mucho mas ambicioso y pretendía explotar lo que el consideraba como una gran riqueza, la abundante madera de haya y de abeto del bosque de Irati. Para llevar esta madera desde el origen hasta sus destinos finales debía plantearse un medio de transporte. El transporte de troncos por los ríos pirenaicos era habitual en la época, fundamentalmente en forma de almadías, pero los troncos de haya no son apropiados para hacer almadías por su dificultad para la flotación. Por otra parte en el Irati, se llevaban muchos años bajando por flotación grandes ejemplares de abeto, principalmente por la Marina para utilizarlos como mástiles, realizando para ello esclusas o presas, capaces de producir grandes avenidas al abrir sus compuertas.(De estás esclusas de piedra quedan restos en Orotz Betelu, Aribe y Orbaizeta). Domingo que en su infancia en Aribe había visto con frecuencia pasar troncos y leñas por el río, pensó en aprovechar su corriente para bajar la madera desde los bosques de su cabecera hasta las cercanías de Agoitz. A partir de ahí, aunque el río fuera más navegable, tomaba una dirección hacia el este, inadecuada para sus intereses de llegar con sus productos hasta Iruña. ¿Y cómo hacerlo a partir de Agoitz? Desde 1865 una novedosa línea de ferrocarril atravesaba Nafarroa de Castejón a Altsasu pasando por Iruñea. La Estación del Norte de la capital suponía entonces el más importante punto de encuentro de viajeros y la entrada y salida de cualquier producto comercial. En aquellos años finales del siglo XIX, el debate se planteó en establecer una red de ferrocarriles secundarios que completaran la unión de las principales ciudades periféricas, Lizarra, Zangoza, Agoitz etc. con Iruñea. Por otra parte, el reciente descubrimiento de la energía eléctrica y sobretodo de la capacidad de obtenerla a partir de la fuerza del agua, hizo que muchas instalaciones que, desde muchos años antes, utilizaban la energía hidráulica para mover su maquinaría, molinos, ferrerías o serrerías fueran incorporando turbinas para generar electricidad que, además en algunos casos podía sustituir a la propia energía mecánica. Domingo Elizondo supo rodearse de los mejores ingenieros de la época cuyas prioridades estaban entonces precisamente, en la obtención de dicha energía eléctrica de los ríos y también de la gran novedad que había supuesto para el transporte y la comunicación el desarrollo ferroviario. Con la construcción del ferrocarril de El Irati entre Pamplona y Sangüesa pasando por Aoiz y de varias centrales hidroeléctricas para producir la electricidad necesaria para moverlo, en lugar de las máquinas de vapor utilizadas hasta entonces, mataba dos pájaros de un tiro y cumplía con su objetivo de unir el bosque de Irati con la estación de Iruñea. Además iba a dar un servicio público con el transporte de viajeros desde los mal comunicados valles pirenaicos hasta la capital y desde el centro urbano de ésta hasta la “algo apartada” Estación del Norte. La energía sobrante de sus instalaciones productoras iba también a dar servicio eléctrico a muchas zonas e industrias de Pamplona y su comarca. La empresa El Irati iba cumpliendo sus expectativas de innovación, modernidad y autosuficiencia. La preparación de los troncos para convertirlos en tablones, cuadradillos, palos de escoba o las entonces cotizadas, traviesas para las líneas de ferrocarril, iba a hacerse en el mismo punto de desembarco de los mismos, en la llanada de Beragitoa de Ekai en donde instalaría una gran serrería. El paso siguiente fue que hacer con los residuos generados, restos no maderables, leñas, cortezas, y serrín. Hace cien años, el combustible por excelencia para hogares, talleres y pequeñas industrias que comenzaban a desarrollarse, era el carbón vegetal, de mayor poder calorífico en su combustión que la propia madera. En Euskalherria, en ausencia de grandes minas de coke, el carbón vegetal debía producirse de forma artesanal en las típicas txondorras. El inquieto Elizondo viajó a Francia y Alemania desde donde se trajo la técnica para hacer carbón por combustión en retortas de hierro herméticamente cerradas, aprovechando además los gases producidos, para la obtención de diversos productos químicos especialmente ácido acético. Solo un año después de poner en marcha el aserradero, ya se estaba haciendo carbón vegetal y destilando acético en las instalaciones aledañas. Era 1911 y el sueño del indiano aribetarra estaba cumplido. La empresa El Irati S.A. por el fundada, estaba en marcha. Primeramente se sacó madera de la parte salacenca de Irati, años más tarde de los montes de Aezkoa y finalmente de otras zonas cercanas. El transporte de maderos sueltos por el río, corriente en los ríos valencianos, castellanos o andaluces constituyó una actividad casi única en el Pirineo. Las esclusas de madera en la cabecera del río y el embalse de Irabia, en realidad una gigantesca esclusa, facilitaban con sus bruscas sueltas de agua, conocidas como pantanadas, el recorrido de maderos y leñas hasta su recogida en Ekai. El estudio de las pantanadas, muy poco conocidas por los ajenos al valle del Irati, constituye un documento de gran valor etnográfico de la primera mitad del siglo XX. Años después los camiones y autobuses sustituirían al río y al tren, los cables teleféricos a los animales de arrastre, los grandes hornos automáticos a las primitivas retortas. La rápida y creciente tecnificación de hombres y máquinas terminaría en pocos años con estas pioneras y a veces épicas actividades.
En el recientemente libro publicado por Nabarralde, “El Irati S.A. El sueño de Domingo Elizondo” y del que soy autor, se narra la historia de una de las empresas más importantes y de más peso en el desarrollo industrial de Nafarroa a principios del siglo XX. Multidisciplinar, técnicamente innovadora, moderna y autosuficiente, la citada entidad supo y fue capaz de dar trabajo durante medio siglo a muchos de los habitantes del valle del Irati y zonas colindantes. Para el ahora maltratado valle que, como otros pirenaicos, sufre el drama de la despoblación, fueron años de gran actividad, años de vida que se proyectan hacia el presente para el recuerdo y la reflexión. En nuestras manos está el reto de recuperar y mantener su memoria; y extraer de la misma todos aquellos hechos que puedan contribuir a generar autoestima y nuevos proyectos ilusionantes.
V. Manuel Egia Astibia
Olaldea.Orotz Betelu.
2014 abuztuan
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