Oviedo comprará la fábrica de loza para hacer un centro de exposición.
Artículo de El Comercio
Tras ocho años de abandono, por fin hay un futuro para la abandonada fábrica de loza San Claudio: el Ayuntamiento la comprará para rehabilitarla y convertirla en un lugar de visita. «Tienen que comprarse los terrenos. Una vez allí, tendremos que desarrollar el proceso. Será al estilo de un centro de interpretación de lo que fue», avanzó el concejal de Turismo, Rubén Rosón.
No será de forma inmediata, debido a las complejidades de la tramitación administrativa, si bien no será necesario cambiar el plan urbanístico. Para el año que viene se presupuestará el proyecto: «Lo vamos a proponer al equipo de gobierno. Hay una pequeña bolsa en el capítulo de expropiaciones, ya en el proyecto de presupuestos, de medio millón de euros». El objetivo final es que la obra «de recuperación» se realice «a principios de 2019».
La propuesta para estos terrenos de 23.870 metros cuadrados se enmarca en un contexto más amplio, en el Plan de Turismo de Naturaleza de Oviedo, del que Somos pretende tener ejecutado un 80 % en 2019. La locería está señalada como activo ocioso y de ella se quieren recuperar dos elementos. Uno, el horno llamado de botella, que data de 1901. El otro, la chimenea de la lija, en la que se aspiraba el polvo de pulido de las piezas.
Rosón apuntó que el remozamiento de la fábrica «enlaza con el desarrollo del camping» planteado por el plan en una parcela de 52,24 hectáreas de San Claudio. En la zona se propone también limpiar y revitalizar la laguna del Torollu.
Lo que la loza fue
La historia de esta fábrica comenzó hace 116 años, cuando Senén María Ceñal abrió la locería. Pronto floreció y antes, de la I Guerra Mundial, llegó a elaborar 100.000 piezas mensuales con 150 operarios contratados, recuerda José Fernando González Romero en su volumen 'Arquitectura industrial de Oviedo y su área de influencia'. Y siguió creciendo, solo interrumpido su desarrollo por la guerra civil.
En los años sesenta y setenta la fábrica llegó a su máximo esplendor. Consiguió competir con la afamada loza de la Cartuja de Sevilla. Pero la reconversión industrial de los ochenta pudo con ella. En 1992 entró el empresario Álvaro Ruiz de Alda, cuya plan de viabilidad para salvarla resultó un absoluto fracaso.
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Al final de sus días se vivieron conflictos laborales. En 2007 se inició un expediente para declarar la fábrica como Bien de Interés Cultural (BIC), que se anularía dos años después, en pleno conflicto laboral. La factoría cerró definitivamente en 2009, echando a sus últimos cuarenta trabajadores.
Desde entonces, la finca ha ido deteriorándose, víctima del tiempo, de incendios y de saqueos: solo en 2010 se detuvo a veinte personas, algunas de las cuales se apropiaban de vajillas enteras en furgonetas. Tras la liquidación de la empresa, la Agencia Tributaria intentó venderla sin éxito desde julio de 2014, primero por subasta partiendo de 1,33 millones de euros y luego por adjudicación directa, sin mínimo. Luego pasó a manos de la administración concursal, que sigue esperando una oferta, y entre medias, en 2016, fue incluida en el Inventario de Patrimonio Cultural de Asturias, nivel inferior a BIC.
Una ruina congelada
Pese a que el acceso a la finca está prohibido, por su estado ruinoso, es muy fácil entrar atravesando senderos abiertos entre la maleza que la envuelve. Allí reina el silencio y, a veces, sobreviene un fuerte olor a desechos.
Dentro parece como si el tiempo se hubiese detenido tras una huida a toda prisa. Por todas partes quedan restos de la actividad: depósitos con polvo ya hecho sólido, hornos con loza pasada dentro, moldes acumulados en pisos superiores (algunos con acceso mediante una escalera en condiciones precarias) y sobre todo, platos. Miles de ellos, sin pintar, quedan esparcidos por las distintas naves, algunos todavía tapados con plástico y metidos en palés. Los valiosos, con las calcomanías impresas, están todos rotos o mellados. También hay otras piezas, como bandejas, jarras o tazas, pero en menor cantidad.
En el taller de mecánicos aún hay viejos anuncios de coches y calendarios de los ochenta y los noventa. Pero hay indicios de que la gente sigue entrando allí, como un ejemplar de este diario de 2016, latas de cerveza y botes de grafitis. Estos colonizan muchas de las paredes de la abandonada fábrica.
Techos caídos
El deterioro se aprecia sobre todo en los techos. Los falsos han caído en gran parte, con aislamiento incluido, al suelo; también ha cedido parte de la uralita de la nave principal y la madera del anexo que un día fue la tienda, aún con carteles de ofertas. Apenas quedan cristales sanos y la vivienda del director es poco más que la fachada. En el despacho sindical permanecen todavía banderas de las centrales y pegatinas de 'Salvemos la fábrica de loza'. Los coches rodean el terreno.
El plan municipal podría ser un tónico para una localidad que, según el presidente de la Asociación de Vecinos de San Claudio, Luis Miguel, «se olvidó con el anterior alcalde y el que está sigue olvidándose, como si no fuéramos un barrio de Oviedo». El abandono de la fábrica es tal que «pasó a segundo término. Lo único que se habla es que la limpien. La gente está preocupada por el paso a nivel, es un trastorno para los que salen a trabajar».
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"La Fábrica de Loza fue utilizada para el juego político", critican los expertos.
Artículo de Lucas Blanco para LNE
"El gobierno municipal del PP lo hizo muy mal y el Principado de pena". Así resumió ayer la historiadora María Fernanda Fernández el papel de la corporación de Gabino De Lorenzo y el ejecutivo regional de Vicente Álvarez Areces a la hora de proteger el patrimonio industrial que alberga la factoría de loza de San Claudio, que permaneció abierta entre los años 1901 y 2009. La investigadora, que elaboró un estudio durante los últimos tres años en los que las instalaciones permanecieron abiertas, aprovechó una conferencia con motivo de las III Jornadas de Patrimonio Cultural en el teatro Campoamor para reivindicar la importancia de una factoría en la que llegó a catalogar 9.200 piezas de interés histórico.
Fernández defendió la fábrica de San Claudio y su producción como algo sin parangón en Asturias. "Los productos de loza fueron lo que mejor hemos sabido vender en la historia de Asturias", declaró sobre unas vajillas y objetos que, recordó, "llegaron a todos los hogares de la región, a muchos de otras partes de España y hasta a América a través de los indianos".
La estudiosa denunció el abandono de unas instalaciones que en los últimos años han sido objeto de varias subastas públicas fallidas y sospecha que el abandono de los últimos años haya hecho desaparecer muchos de sus objetos de interés. "Había máquinas de los años 20 y piezas de los primeros años", apuntó acerca del resultado de su estudio.
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La fábrica de loza de San Claudio, preparada para su rehabilitación.
Reportaje fotográfico http://www.elcomercio.es
San Claudio más allá de la estética.
Artículo de D. Lumbreras para El Comercio
Partiendo de la intención del Ayuntamiento, de la que informó este diario, de comprar los terrenos de la abandonada fábrica de loza de San Claudio para convertirla en un centro de interpretación, de la que se «alegra», la historiadora del Arte María Fernanda Fernández reclamó una actuación más ambiciosa en su conferencia de ayer en el Salón de Té en el Teatro Campoamor. «Que no se quede solo en el análisis estético y las flores decorativas, que reconstruyamos la historia de la producción industrial», pidió.
Fernández, que realizó junto a Roberto Álvarez el informe de 2007 para que la factoría fuese declarada BIC por el Principado (algo que después anularían los tribunales), reivindicó que la de San Claudio «no es una historia de decoración, es una historia de la vida cotidiana», por lo extendida que llegó a estar la loza entre la población de Asturias, de España y hasta de América. Por ello, su valor «radica en conservar las piezas excepcionales» elaboradas siguiendo el mismo proceso desde la fundación en 1901 hasta el cierre en 2009 (eso sí, con medios más modernos). La ponente explicó cómo en todo el proceso, desde el dibujo de diseño hasta la elaboración de los moldes, se seguían empleando herramientas casi centenarias, que los trabajadores consideraban «las más fiables. No hay calibre como el hecho en Buenavista».
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Relató asimismo las dificultades que sufrió para catalogar 9.200 piezas, con un archivo en el que entraba el agua y nidos de palomas por todas partes: «Movimos 700 kilos de guano». También, con una propiedad en contra que les complicó su labor cuanto pudo, prohibiéndoles mover ningún objeto, no permitiéndoles usar su electricidad y hasta negándoles e ir al baño.
La historiadora también criticó duramente a la administración local y la regional porque «lo hicieron todos muy mal» al no interesarse por el patrimonio, y al último propietario, Álvaro Ruiz de Alda, que deslocalizó la producción en Marruecos. También lamentó la falta de apoyo de la población de San Claudio, que «entendió que proteger la fábrica era perder el trabajo», cuando cerró por causas «económicas».
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